Mi vida cambió radicalmente aquel verano de los 11 años.
Cuando hube acabado con los volúmenes de Asterix y los de Tintín, descubrí lo que sería para mí como una droga diaria. Mi amigo Pepe y yo nos presentábamos en la Biblioteca antes que nadie y derechitos nos íbamos a la sección juvenil. Otro mundo abierto ante nuestros ojos.
Una escritora inglesa había descrito para mí la vida ideal de verano de un niño con imaginación. Enid Blyton se convirtió de la noche a la mañana en la más fantástica ofertante de aventuras de las que a mí me hubiera gustado vivir.
Bien es cierto que vivía aventuras con mis amigos, gozando de la libertad de vivir en un pueblo, con varios riachuelos secos, con un gran río entonces no muy contaminado, con el campo y los cerezos, con los cañizares y los almendros altísimos en los que poder construir cabañas e inventar historias para vivirlas. Pero lo que me ofrecía Enid Blyton y sus personajes, eso sí era un sueño para ser vivido.
Ya fueran Los Siete Secretos, Los Cinco e incluso las Gemelas en el internado para chicas, qué emocionantes me resultaban siempre sus correrías, sus reuniones en cabañas o cobertizos de jardín, sus merendolas con galletas siempre recién hechas, su cerveza de jengibre, que para mí era una cosa inaudita que pudieran beber los niños y exótica porque no tenía ni idea de lo que era, con sus pasteles de ruibarbo. ¿Quién me iba a decir a mí que la cerveza de jengibre era una mala traducción de ginger ale? ¿Quién me podía explicar qué diantre era el ruibarbo? ¿Cómo podía ser que en aquellos pueblecitos ingleses siempre hubiera un misterio que resolver? Y ¿por qué en mi pueblo no había más misterio que el saber cuántos años tenía el viejo trapero al que llevábamos las botellas de vidrio para que nos diera unos céntimos o por qué la mujer vestida de negro a la que comprábamos las chucherías siempre estaba de tan mal humor si estaba rodeada de las cosas que hacían felices a los niños?
Fatty, Larry, Georgina, Pip siempre estaban metidos en alguna historia, siempre discutiendo ardides y tretas para pillar a los malhechores, siempre juntos, siempre en mi cabeza.
La fiebre que me dio por ellos me llevó a leer dos libros diarios sentado en el balcón de casa, con mis hermanos berreando y pululando a mi alrededor. Con aquella baranda tan baja que aún tiene ese balcón no me extraña que sienta vértigo ajeno. Mientras leía, venga a darles tirones de las camisetas o los brazos para que no se asomaran, no fueran a caerse. Ser el mayor de cinco, tenía sus ventajas y sus malos tragos.
La fiebre que me dio por ellos me llevó a leer dos libros diarios sentado en el balcón de casa, con mis hermanos berreando y pululando a mi alrededor. Con aquella baranda tan baja que aún tiene ese balcón no me extraña que sienta vértigo ajeno. Mientras leía, venga a darles tirones de las camisetas o los brazos para que no se asomaran, no fueran a caerse. Ser el mayor de cinco, tenía sus ventajas y sus malos tragos.
Siete Secretos en acción
4 comentarios:
Como me digas que también leías "Puck" de Lisbeth Werner (me apasionan), ¡¡me muero!!
Todavía tengo guardadas la colección amarilla de "Los cinco" y la blanquita de "Los 7 secretos" (¿se nota que ordeno los libros por colores, no?) :)
Yo tengo la colección blanca de "Los Cinco", pero para la de los Siete Secretos ya no nos llegaba a mi sister y a mí :( Así que no los he leído.
No sabía Shysh estuviese aquí también ^^
Tam, no estoy seguro , pero si estaba en la biblio, por supuesto. Cuéntame algo de esos libros y rebuscaré en mi viejo disco duro, hehe.
Hello Miss. sí que estoy, encantado además. Unos besossssssss
Enid Blyton...mmm... cuántas aventuras.. la iniciación a este estado de loca-ensoñaril?
potser
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