viernes, 29 de junio de 2007

Sueños

Me levanto y no hay nada.
No tengo sueños… nada.
Me invade una sensación de vacío desde que estoy aquí. No siento nada, no he tenido ni una pesadilla, ni un mal sueño… no tengo nada que recordar. No me levanto dándole vueltas a un sueño que acabas de mil maneras antes de darte cuenta de que se te ha olvidado el sueño entero.
Absolutamente nada, ni siquiera una canción.
Ni sudores, ni sonrisas, ni tarareos…

Dicen que siempre sueñas, yo me levanto vacía, creo que sueño negro… ¿es eso soñar algo? ¿Un vacío negro constante? Si a eso se le puede llamar soñar… ¿Dónde están mis sueños?, ¿esas inquietudes que te persiguen día y noche? ¿Es que no hay nada en mi vida que llevarme a la noche?

No puede ser… siento la nada que me invade, la sangre se está volviendo negra, el mundo pierde color, me veo en blanco y negro… de aquí a la nada dos noches… ¿Es esto una pesadilla?


Nada.

jueves, 28 de junio de 2007

Fusión

Hoy, en este mismo instante me he fundido con esta canción. Quería compartirlo con vosotr@s.










miércoles, 27 de junio de 2007

Cuando eres pequeño, el mundo es demasiado grande.


¿Los espacios cambian de tamaño? No, cambia nuestra percepción de los mismos. Aquella biblioteca de la que hablaba otros días estaba en un parque, que a mi me parecía inmenso. Con los años me atreví a explorar territorios fuera de la zona de los columpios, de la barca y de los toboganes. Otros intereses. Los parterres de césped y los abetos se me hacían enormes. La zona de recreo se ampliaba. Luego vinieron las tardes enteras de charla con los amigos, las noches de beber al raso de aquella botella de vino o moscatel que entre todos habíamos pagado. Las fronteras parecían irse hacia el horizonte. Nuestro mundo crecía a medida que nosotros crecíamos. Y también crecía el tiempo de libertad.
"No te preocupes, que si se cae la casa a tí no te pilla dentro", me dijo mi padre muchas veces.

jueves, 21 de junio de 2007

Hadas en el bosque

Una vez, hace años, estuve de visita en Suecia. Cuando volvíamos a casa, sobre las tres de la madrugada después de una fiesta, sin ser de noche no era de día aún. Una luz extraña cubría los prados húmedos junto a la carretera. Me explicaron que la creencia popular decía que los jirones de niebla que veíamos eran las hadas que correteaban sobre la hierba. La imagen era tan fantástica que, a pesar de no creer en seres irreales, me daba por pensar que ellas quizás sí existían. Me gustaba pensar que así era. Hoy lo he recordado.


lunes, 18 de junio de 2007

La serpiente, el ratón.

Cuenta la fábula que un pequeño ratón se enamoró de una serpiente.

Siempre rondaba los sitios por los que ella pasaba, besando con sus diminutos bigotes el sitio por el cual se arrastraba.

Muchos le advirtieron de su error, nada bueno podía esperar del depredador.
A veces el se envalentonaba, pensando que con su amor seguro la conquistaba.

El ratón decidió de pronto sin importarle lo que luego pasara, acercarse a ella y decirle que la amaba.

Todo esto a sabiendas, de que cuando se acercara,
cuando tomara las riendas, y su amor mostrara
caería presa de la glotona serpiente, más que sus besos probaría su diente.

Ratón eligió estar un instante cerca de su amor, ya que para él una vida sin ella era mucho peor.

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En un pensamiento quizás extraño, podemos pensar que es la relación perfecta.
Por qué? Preguntareis.

Realmente el Ratón lo dio todo por su amada, ya no había nada más que dar...
La Serpiente sin embargo lo encontraría como un pastelillo más, un pastelillo bastante tonto ya que se puso delante de su boca.

Los dos felices, no creéis?

Imaginaos que... el cuento discurre de otra manera.
La serpiente al ver acercarse al ratón piensa que eso es muy raro, que seguramente es una trampa, y huye de él constantemente.
El ratón le da por pensar que ella es muy tímida y la persigue eternamente.

Así uno eternamente enamorado persiguiendo a la otra que huye por miedo a la trampa...

Los dos infelices, no creéis?

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Desde siempre he doblegado mi mente para no ser el ratón, y siempre lo he conseguido.
Es sano para tu bien estar. Aunque tiene algo negativo.

...y es pesar en la idea de que...

NUNCA podré amar igual que el Ratón.

sábado, 9 de junio de 2007

Ronja, la hija del bandolero.


Me regalaron este libro en mi séptimo cumpleaños. A pesar de estar recomendado para mayores de 10 años, mi madre decició comprarme libros más gordos desesperada por mi voraz ritmo de lectura. Podría decirse que fue mi primer libro "de chica mayor" y lo leí con muchísima ilusión. Escrito por Astrid Lindgren, la historia se desarrolla en un gran bosque repleto de exuberante vegetación y criaturas fantásticas, dos clanes de bandoleros que, capitaneados por Mattis y Borka, viven en un castillo enfrentados entre sí. Sus hijos, Ronja y Birk, a pesar de los recelos iniciales, iniciarán una intensa amistad que contribuirá a superar, no sin dificultades, la enemistad entre los dos clanes antagónicos, y que les llevará a aprender y descubrir por sí mismos los secretos de la naturaleza y a sobrevivir a los múltiples peligros que se les presentan.

Un relato fantástico, lleno de magia y realismo a la vez, sobre la relación entre padres e hijos, entre hombres y mujeres y un canto a la naturaleza, la tolerancia, la amistad y la libertad.


Luego ya vinieron las colecciones de Puck, Los Hollister, Los siete secretos que citó anteriormente Shysh.

Sólo eso. Me apetecía hacer una mención especial. Cuando he tenido que hacer un regalo a algún niño/a en tornos a esas edades, lo he buscado y me consta que he acertado.

Dejo por ahí los links por si os apetece curiosear alguno ;)

viernes, 8 de junio de 2007

Memorias de lector empedernido III

A los pocos meses del descubrimiento de los libros de Enid Blyton, mi ansia de conocer todas las aventuras de aquellos grupos de muchachos acabó con las existencias de sus libros en aquella Biblioteca. Las fichas de préstamo me informaban que ya los había leído todos. Me dediqué entonces a buscar títulos en las bibliotecas de mis amigos. Conseguí algunos más que no había leído y los devoré de la misma manera. Luego oí hablar de la familia Hollister y también en poco tiempo acabé con las existencias. Más tarde descubrí a Guillermo el Travieso y me lo comí sin pan. Devoraba como quien devora una cuarta parte de un Harry Potter de ochocientas páginas en una sentada.
Un día, quizás el verano siguiente, al llegar mi amigo Pepe y yo a la Biblioteca, la bibliotecaria nos llamó en un aparte y nos habló muy seriamente. No podía ser que leyéramos dos libros diarios, teníamos que hacer otras cosas. Por supuesto que argumentamos que lo que más nos apetecía era leer aquellas aventuras. Pero ella nos dio un ultimátum: podríamos ir a la Biblioteca siempre que quisiéramos pero no nos iba a prestar libros más que dos veces por semana.
Horror.
Ella era la que mandaba así que no nos quedaba más que obedecerla. Tristes, ambos ocupamos nuestros sitios y volvimos a los tebeos. Cavall Fort y Tretzevents, revistas que no se encontraban en los quioscos, encuadernadas en tela, todos los números de un año juntos, nos duraban poco más de dos sesiones de lectura, ponle que unas seis horas en dos tardes.
Había un mundo fuera pero aquéllos de allí dentro eran mucho más tentadores, más llamativos, más emocionantes. Y ahora los teníamos que racionar.
Un día decidimos aventurarnos en la sección de mayores. Habíamos oído hablar de un libro tabú y estuvimos mucho rato buscándolo. El título era Mi padre es un caníbal y era un tratado antropológico que tenía de morboso que los hombres retratados llevaban el pene metido en tubo que se retorcía hacia arriba. La historia que narraba eran las costumbres ancestrales de aquella gente, la más llamativa de las cuales era que eran o habían sido caníbales. Imagínate lo que podía representar eso en la mente de un preadolescente, un tema del que no se habla, del que nadie sabe, que no te atreves a comentar con nadie. Nosotros nos encargamos de hacer correr la voz más aún si cabe en los recreos de nuestras escuelas. Muchos de nuestros compañeros iban de visita a la Biblioteca, previo lavado de manos en la fuente de la rana, a informarse sobre esa extraña tribu que era capaz de comerse a sus congéneres.
En la misma sección encontré un libro con fotografías escalofriantes de los campos de concentración nazis. Ese libro creo que marcó mi ideología como la podía haber marcado la ausencia de libertad democrática, de haberme dado cuenta de ella a esa temprana edad. Pero eso tardaría aún unos años en pasar. La cerveza de jengibre seguía dándome vueltas en la cabeza, mezclada con las cañas retorcidas en la entrepierna de los antropófagos y los cuerpos esqueléticos de los prisioneros de ojos hundidos.

foto de wikimedia.org

miércoles, 6 de junio de 2007

Memorias de lector empedernido II



Mi vida cambió radicalmente aquel verano de los 11 años.
Cuando hube acabado con los volúmenes de Asterix y los de Tintín, descubrí lo que sería para mí como una droga diaria. Mi amigo Pepe y yo nos presentábamos en la Biblioteca antes que nadie y derechitos nos íbamos a la sección juvenil. Otro mundo abierto ante nuestros ojos.


Una escritora inglesa había descrito para mí la vida ideal de verano de un niño con imaginación. Enid Blyton se convirtió de la noche a la mañana en la más fantástica ofertante de aventuras de las que a mí me hubiera gustado vivir.


Bien es cierto que vivía aventuras con mis amigos, gozando de la libertad de vivir en un pueblo, con varios riachuelos secos, con un gran río entonces no muy contaminado, con el campo y los cerezos, con los cañizares y los almendros altísimos en los que poder construir cabañas e inventar historias para vivirlas. Pero lo que me ofrecía Enid Blyton y sus personajes, eso sí era un sueño para ser vivido.

Ya fueran Los Siete Secretos, Los Cinco e incluso las Gemelas en el internado para chicas, qué emocionantes me resultaban siempre sus correrías, sus reuniones en cabañas o cobertizos de jardín, sus merendolas con galletas siempre recién hechas, su cerveza de jengibre, que para mí era una cosa inaudita que pudieran beber los niños y exótica porque no tenía ni idea de lo que era, con sus pasteles de ruibarbo. ¿Quién me iba a decir a mí que la cerveza de jengibre era una mala traducción de ginger ale? ¿Quién me podía explicar qué diantre era el ruibarbo? ¿Cómo podía ser que en aquellos pueblecitos ingleses siempre hubiera un misterio que resolver? Y ¿por qué en mi pueblo no había más misterio que el saber cuántos años tenía el viejo trapero al que llevábamos las botellas de vidrio para que nos diera unos céntimos o por qué la mujer vestida de negro a la que comprábamos las chucherías siempre estaba de tan mal humor si estaba rodeada de las cosas que hacían felices a los niños?

Fatty, Larry, Georgina, Pip siempre estaban metidos en alguna historia, siempre discutiendo ardides y tretas para pillar a los malhechores, siempre juntos, siempre en mi cabeza.
La fiebre que me dio por ellos me llevó a leer dos libros diarios sentado en el balcón de casa, con mis hermanos berreando y pululando a mi alrededor. Con aquella baranda tan baja que aún tiene ese balcón no me extraña que sienta vértigo ajeno. Mientras leía, venga a darles tirones de las camisetas o los brazos para que no se asomaran, no fueran a caerse. Ser el mayor de cinco, tenía sus ventajas y sus malos tragos.


Siete Secretos en acción

lunes, 4 de junio de 2007

Memorias de lector empedernido I

Durante mi niñez, en casa de mis padres, nunca hubo libros. Ni muchos ni pocos. En algún momento recuerdo que mi hermana se suscribió al Círculo de Lectores, pero eso fue cuando ya eramos adolescentes. Así que un lector empedernido como yo, pasaba largos ratos en la Biblioteca, en la sección infantil donde leía los tebeos de Astérix y Obelix y también de Tintín. De las aventuras de los galos me chiflaban los juegos de palabras que el traductor hacía con los nombres de los personajes: Abraracurcix, Ideafix, y otros que ahora no recuerdo. Especialmente irónicos eran los de los cándidos soldados romanos. Sólo por eso (pero no exclusivamente) ya valía la pena leer las historias. Me reía mucho, mucho.
Antes de entrar en la Bibioteca pasaba por la fuente de la rana, que estaba enfrente, al otro lado de una plaza con parterres de rosales, me lavaba las manos y a continuación entraba en la sala de lectura, me dirigía hacia la Bibiotecaria, le mostraba mis manos limpias y aún húmedas, me daba el visto bueno y podía pasar a buscar uno o más libros para disfrutarlos. Aquella sala era mi palacio, mi refugio más o menos silencioso, lejos de casa -en donde la tranquilidad, siendo cinco hermanos, mis padres y muchas veces mis abuelos, era más bien escasa.
Con los años llegué a forjar una relación de confianza y casi amistad con una de las Bibliotecarias, de tal modo que algunas veces incluso la ayudaba a clasificar, poner fichas, devolver libros a las estanterías y otras tareas como por ejemplo ordenar las revistas. Mari, un recuerdo desde aquí para ti.
Al acabar el primer curso de Bachillerato, con 11 años recién cumplidos un profesor nos recomendó hacernos socios de la Biblioteca Pública y aprovechar el verano para disfrutar de lecturas de evasión que no tuvieran que ver con el Mio Cid ni otras obras de las que habíamos trabajado en clase. ¿Cómo no se me había ocurrido antes, pardiez? Me parece que fui de los pocos que hizo caso de la recomendación.
El carné de lector me abrió un mundo lleno de otros mundos, me ofreció la posibilidad de tener una Biblioteca para mí solo.

viernes, 1 de junio de 2007

DeslizA

Desliza tu torcida lengua placer
a través del sitio que nombraste ayer

vocaliza mil extrañas palabras
que tu gran contorsión torna macabras

escupe mentiras, viste de serpiente
arrastrar no debes tu sangre caliente

con miedo a lo eterno escribe con tiza
hazme lo que quieras... desliz,... deslizA